En el declive de la civilización del automóvil, las ciudades se han llenado de bicicletas. En pleno siglo XXI, el imperio de la tecnología debe compartir la vida con un artefacto del siglo XIX que, a pesar de que los retrógrados augurios de los exégetas del crecimiento sin límites, es un sinónimo de progreso, armonía y felicidad.
El uso de la bicicleta sitúa al ser humano en el centro de la existencia, porque la bici es parte de la historia de cada uno de nosotros. Con ésta hemos vivido pasajes inolvidables de la infancia y hemos probado las primeras proezas de la adolescencia; y ahora, confundidos y atemorizados por el fracaso colectivo que anuncian los nuevos tiempos, con ella conquistamos de nuevo la experiencia de la libertad a la que el ciclismo está estrechamente relacionado.
El ciclismo es un humanismo moderno. El ser humano que pedalea encuentra un nuevo sentido en la aventura de vivir. Los ciclistas replantean buena parte del porvenir cultural de las. Las bicicletas reescriben la pequeña historia de cada uno; cambian la vida.
Pedaleamos, entonces existimos.